Las cosas cuando son sencillas se producen de forma natural y sin estruendo ni alharacas. La sencillez brota de la humildad y la humildad está siempre abierta a la verdad. Es por eso que la sabiduría, la verdadera sabiduría que se proclama, no sólo con la palabra sino también con la vida, está alejada de los sabios y entendidos que creen saberlo todo y no tener de quien aprender.
La humildad nos une y nos anima a aprender los uno de los otros. No sólo de los sabios y doctores, sino también de aquellos que humildemente vivencia su fe en las circunstancias más humildes y sencillas. Porque la verdad reluce y brilla, no cuando se proclama, sino cuando se vive. De ahí nace la verdadera y única autoridad. La autoridad de Jesús, el Señor, que hace lo que dice, y dice lo que hace.
Por eso, Señor, Tú tienes Palabra de Vida Eterna y a Ti recurrimos todos los que, humildes y pequeños, nos reconocemos hijos del Padre que Tú nos revelas y nos descubres. Abrimos nuestros humildes corazones para que nos lo llenes de sabiduría y Gracia en el Espíritu Santo. No para satisfacción y vanidad nuestra, sino para darla y compartirla gratuitamente, tal y como la hemos recibido, con los demás. Porque no somos mejores que los otros, ni tampoco peores. Somos sencillamente tus hijos.
Danos, pues, Señor, la sabiduría de sabernos hermanos y en servicio los unos de los otros. Danos la fortaleza de poder vencer nuestra soberbia, nuestro engreimiento de creernos superiores a otros y de reconocernos iguales. Con más o menos talentos, pero recibidos para compartirlos en servicio y caridad.
Te damos gracias, Señor, porque te alegras y llenas de gozo en el Espíritu Santo por la Voluntad del Padre de revelar sus misterios a los pobres, pequeños y humildes. Ahí queremos estar también nosotros, en ese grupo de tus elegidos. Danos esa fortaleza y sabiduría para perseverar y reconocernos simplemente pequeños y humildes siervos del Padre. Amén.
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