Enciende nuestro corazón, Señor, y permítenos ver la Luz. Esa Luz que nos ilumina y nos, como Simeón, permite morir en paz y esperanzados en tu Gloria. Posiblemente nos falta paciencia y fe. Porque la fe se demuestra en la paciencia y esperanza. Porque la fe se experimenta en la oscuridad y en la desesperación. Podemos mirar a Abrahán, a Job y muchos otros como han perseverado. Y es en Jesús donde se cumple todo y la fe se aproxima para en la Resurrección quitarnos la venda de los ojos.
Ayer lo veíamos al leer que Pedro y Juan entraban al sepulcro ya vacío. Juan entró, vio y creyó. Y nosotros por su testimonio también creemos. Esa es nuestra fe y nuestra esperanza. La vida en este mundo no tiene sentido si no se fundamente en Jesús. Él es nuestra única esperanza. Y no porque no nos queda más remedio, sino porque dentro de nosotros experimentamos esas ansias de felicidad que Él no promete y nos viene a regalar.
No hay paz ni sosiego sin Jesús. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Su Palabra colma todos nuestros anhelos y esperanzas. Demos gracias a Dios por todos estos testimonios, signos y señales que nos hablan de su presencia entre nosotros; que nos hablan de su Amor y Misericordia, y nos invitan, porque somos libres, a entrar en el banquete pleno de gozo y felicidad eterna.
Pidamos al Señor, como Simeón, que nos llene de paciencia y esperanza y nos ilumine para saber esperar y creer en la presencia del Redentor, que ha dado la vida por cada uno de nosotros y nos abre sus brazos y las puertas celestiales donde viviremos eternamente. Amén.
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