La conversión no es reconocer al Señor como nuestro Mesías y Salvador. Eso es un paso, para la verdadera conversión exige un cambio de vida que nos lleva a vivir lo que creemos. Es lo que descubrimos en el Evangelio de hoy cuando Juan el Bautista reprocha a los fariseos y saduceos cuando se acercan para ser bautizados: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: ‘Tenemos por padre a Abraham’; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga».
Pidamos que no seamos nosotros paja en el granero, sino trigo recogido del fruto, y que nuestra conversión no se pare ni se detenga por las inclemencias de aquellos que rechazan la Palabra de Dios. Pidamos ser parte de la cosecha recogida por el Señor y que estemos nosotros ahí contenidos por haber respondido a su Palabra con nuestro esfuerzo de conversión de cada día.
Pidamos ser perseverantes y capaces de permanecer fieles al Señor, a pesar de nuestras debilidades y caídas ante las tentaciones de este mundo. Que este tiempo de adviento sea un tiempo propicio para la reflexión y preparación, que nos refuerce más para hacerle cada día un lugar más confortable, espacioso y dócil a la llamada del Espíritu que nos interpela y nos convierte.
Que nos dejemos intervenir por la acción del Espíritu para cumplir fielmente nuestro compromiso de Bautismo. Amén.
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