Tú sabes, Señor, que quiero seguirte, y que quiero construir mi casa apoyado en Ti. Pero también sabes de mis debilidades, de mis miedos y mis ignorancias. Dame la sabiduría de discernir siempre lo bueno, el bien y la verdad, que es la roca que me salva y que me sostiene en Ti. Por eso, Señor, mi fortaleza consiste en estar todo el día pegado a Ti. Porque de una u otra manera me paso las veinticuatro horas del día hablando y pensando contigo y en Ti.
Y es qué no puedo hacerlo de otra forma, ni tampoco sabría. Si me faltas Tú no sabría, a estas alturas, a dónde ir. Sin embargo, Señor, sé que te fallo y que muchas veces puedo quedarme en Señor, Señor... y mantener mis brazos cruzados. Y, quizás, abuso de tu Misericordia. Reconozco como aquel pobre publicano que no soy digno de levantar mi cabeza y mirarte. Me de fuerza y esperanza el saber y conocer tu Misericordia Infinita, esa que tu Hijo, nuestro Señor Jesús, nos ha hablado de Ti.
Padre nuestro, nos ponemos en tus Manos y te pedimos fervorosamente que nos fortalezcas, nos infundas valor y conocimiento para luchar contra las tempestades del odio, de la venganza, de la soberbia, de la vanidad, del egoísmo y de la suficiencia. Te pedimos el equilibrio y dominio de nosotros mismos para saber y poder dominar nuestras pasiones y tentaciones. Haznos, Señor, como roca fuerte y poderosa que no se mueve ante los embates de vientos y huracanes u olas del mar.
Por eso, confiado en tu Palabra te suplico que al iniciarse cada día me des esa fortaleza, paz y sabiduría para saber enfrentarme al mundo con verdadero amor y ser paciente, comprensivo, humilde, suave y bueno, para ver a tus hijos como los ves Tú mismo y poder llegar a descubrir la bondad de cada uno. Amén.
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