Escuchar a Jesús exige sinceridad; escuchar a Jesús exige limpieza; escuchar a Jesús exige buenas intenciones; escuchar a Jesús exige sentido común; escuchar a Jesús exige justicia; escuchar a Jesús exige verdad; escuchar a Jesús exige compromiso; escuchar a Jesús exige humildad; escuchar a Jesús exige amor. Y posiblemente tú añadirás algunas más.
Escuchar a Jesús complica la vida y nos la pone difícil. Pero, es de sentido común que las cosas importantes y buenas exijan grandes esfuerzos. Hasta ahí nos cabe todo en la cabeza. Y también nos cabe que la vida tenga presente la verdad, la justicia y el amor. Conceptos que están revestidos de lo mismo, aunque tienen perspectivas diferentes y matices complementarios.
Porque quien busca la verdad es justo y vive en la justicia. Y quien ama, vive en la verdad y es justo. Todos se interactúan y se complementan. Esto lo entendemos, lo queremos, nos gusta y hasta lo buscamos. Todos pensamos y deseamos una convivencia en esos parámetros y consideradas virtudes. Luego, podemos preguntarnos, ¿qué nos ocurre que lo estropeamos? Y la explicación la encontramos en el pecado: la soberbia y el egoísmo. Todos arrancan de ahí.
Y ante el mensaje de Juan, Herodes lo acepta y hasta le agrada, pero su egoísmo le ata y esclaviza y no le deja abrir sus ojos. Y también a ti y a mí nos puede estar ocurriendo algo parecido. Tu suficiencia y la mía nos contaminan y llenan de impurezas nuestro camino. Nos contagiamos de soberbia e incredulidad, y nuestros ojos permanecen cerrados. Y es que no podemos ver si no nos lo dejamos abrir por la acción del Espíritu. Nos es imposible, porque ahí sí que no nos entra, en nuestra ensoberbecida cabeza, el Misterio de la Trinidad.
Nuestro mayor regalo es la Fe. Ese es nuestro gran Tesoro, y no lo alcanzamos mirando al mundo, porque no se encuentra en el mundo. Sólo dejando nacer al Niño Dios dentro de nosotros, y empequeñeciéndonos como Él, seremos capaces de abrir nuestros ojos y ver. Pidamos esa Gracia en esta Navidad. Amén.
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