El hombre siente deseos de agradar y de darse. Darse en frutos que le haga experimentar su utilidad, sus derechos y dignidad. El hombre experimenta vergüenza cuando vive de balde. Quiere rendir y ganar su sustento dando buenos y ricos frutos. Eso es lo que siente en su corazón, y no hacerlo le hace sentirse mal y experimentarse traicionado a sí mismo.
Sin embargo, recibiendo todo prestado en alquiler, no advierte su obligación de responder a ese regalo y compromiso, con buenos frutos. Y, exigiéndoseles, no sólo no los entrega, sino que se rebela y se propone matar a quien venga a exigírselos. Esta es la historia de la salvación. Desde el Éxodo hasta la tierra prometida. Liberados y llevados a una tierra de leche y miel, el hombre duda, se rebela y exige para él sus propios frutos según sus ideas y proyectos.
Se repite lo de Adán y Eva. No nos conformamos con lo que Dios nos ha regalado, sino que pensamos que nosotros podemos hacerlo mejor y buscar, por nosotros mismos, un paraíso mejor. Nos apartamos de Dios y rechazamos a su enviado. Al Hijo, que nos viene a traer la Buena Noticia de Misericordia que nos salva y nos da la oportunidad de recapacitar y regresar al Infinito y Misericordioso Amor de Dios.
Pero, no escuchamos y seguimos negándole y matándole con nuestra negativa respuesta, con nuestras malas intenciones; con nuestras murmuraciones y egoísmos. No nos damos cuenta que nuestros caminos no son buenos caminos. Son caminos de perdición y de mentira. Y lo malo es que, a pesar de tanto recorrido y travesía, continuamos sin darnos cuenta. Ante todo esto, sólo una petición:
Señor ábrenos los ojos y suaviza nuestro corazón para,
llenos del Espíritu Santo, podamos descubrir que
Tú eres el Dueño y Señor de nuestra viña
y a Ti debemos entregarte nuestros
frutos como esfuerzo de
nuestro trabajo.
Amén.
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