La oración es oración cuando se construye desde y en la humildad. Apoyada en la prepotencia se destruye y no llega a ser oración, y es desoída por Dios. Así sucedió con el fariseo y el publicano. La diferencia estuvo en la humildad de uno contra la soberbia y prepotencia del otro. Quizás, sin darnos cuenta nos creemos mejores que otros. Sobre todo que aquellos que están lejos de las prácticas piadosas.
Recordemos las Palabras de Jesús: Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros-Mt 19, 23-30-. No es algo que dijo de forma casual, sino que sucede realmente en nuestras vidas. Cegados por las riquezas, el poder, las comodidades, la individualidad, el egoísmo, el descompromiso y muchas cosas más, que necesitamos descubrir y desalojar de nuestras vidas, buscamos ser los primeros y los de más éxitos, y terminamos los últimos. Es algo que nos debe empujar y comprometer a reflexionar, unidos a otros, tratando de dejar entrar esa Palabra de Dios dentro de mi corazón y, dejándola entrar, sentarme a la mesa junto al Señor y dialogar pacientemente abandonándome a su Palabra.
Y esa es nuestra oración de hoy, Señor, en estos momentos de incertidumbre y de perplejidad. En estos momentos de cansancio, de incredulidad, de fatiga y desconcierto. En estos momentos en los que pensamos que Tú no nos escucha ni nos respondes. Y si lo haces, nos asombramos y nos resistimos, como Zacarías, a creerte. Danos paciencia y esperanza para saber perseverar.
Transforma nuestro corazón, Señor, y danos un corazón paciente y confiado; amoroso y acogedor; entregado y dispuesto a servirte cumpliendo tu mandato en el servicio y entrega a los hermanos. Llénanos de humildad en todo nuestro obrar y servir, y en nuestras relaciones. Y danos la sabiduría de permanecer siempre en los últimos lugares, soportando humillaciones o desprecios por tu Nombre. Y, hacerlo, Señor, por amor.
En esa confianza y llenos de paciencia, sigo, por tu Gracia, esperando y actuando en lo que voy descubriendo en mi torpe camino, confiado, y hasta que Tú, Señor, decidas iluminarme o decidir el final del mismo. Abandonado a tu Misericordia, en Ti confío, Señor. Amén.
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