Cuando queremos solucionar nuestros problemas desde nuestra sólo mirada, la vida se nos complica, y la oscuridad nos envuelve. Sólo la Luz del Señor puede iluminarnos y apagar esa oscuridad que nos amenaza con confundirnos y perdernos. Por lo tanto, no miremos a la luz del mundo. Un mundo vejatorio, sensual, material y cargado de espejismos que nos engañan y que son caducos. Un mundo donde su luz es artificial, generada por el hombre, que dirigido por sí mismo está abocado a la muerte.
Por lo tanto, no miremos a la luz del mundo, porque es luz artificial y caduca, que alumbra envuelta en oscuridades. Miremos a la Luz, única y verdadera, que nos ilumina el único Camino, y nos alumbra nuestros pasos inciertos por senderos de verdad, de justicia y de paz. Busquemos la mirada del Señor con humildad y fe, confiados en su Misericordia e infinito Amor.
No demos un paso sin antes mirar al Señor. Eso significa contar con Él para todo. O lo que es lo mismo, hacerlo y ponerlo en el centro de nuestras vidas. Y buscar en Él su aprobación, su parecer, su señal de complacencia y su mandato. No fabriquemos nuestro personal becerro de oro y nuestro personal código de mandamientos. Quizás, distraídos, podemos encontrarnos en esa etapa de nuestro camino. Todavía podemos estar protestando y, desesperados, fabricar nuestro propio ídolo.
No decidamos sobre el otro sin, antes, no consultar y hablarle de él al Señor. Y, al actuar, tratemos de esforzarnos tal y como Él nos diga. Tenemos sus enseñanzas y también sus obras para, siguiéndolas, aprender y llevarlas a nuestra vida, tal y como nos ha enseñado. Recordemos que el Espíritu Santo está con nosotros. Un inmejorable Consejero, Defensor que nos infunde Sabiduría, Fortaleza, Ciencia, Piedad, Entendimiento y Temor de Dios.
Por último, pidamos la Gracia de despertar y de avanzar en nuestro camino hacia la Ciudad Prometida, donde reinará la Paz, la Vida y el gozo Eterno. Amén.
1 comentario:
Buenos días, muchas, gracias.
Publicar un comentario