Ante la posibilidad del martirio y de la misma muerte reaccionamos con temor. Y no sabemos cual sería nuestro comportamiento ante tal circunstancias. Somos débiles y experimentamos miedo y terror ante esa posibilidad. Eso no dice nada, sino deja muy claramente que somos humanos, débiles y frágiles.
Sin embargo, me gusta pensar que en esos delicados y decisivos momentos, la presencia y acción del Espíritu Santo, no nos falla. E invocado, hace presencia y nos fortalece y nos da valentía, paciencia, voluntad y todo lo que necesitamos para soportar con firmeza esos momentos de pasión y sufrimientos. Así es como me imagino a todos esos mártires que han dado testimonio soportando esos crueles momentos de pasión y dolor.
Claro, eso nos viene dado por nuestra confianza y fe depositada antes en el Señor. Él sabe de lo que guarda nuestro corazón, y de sus más profundos pensamientos, y nos fortalece para que podamos soportar todo dolor con paciencia y firmeza de fe. Hay momentos, después de algún sufrimiento que hayamos padecidos, bien por enfermedad u otras circunstancias, que, pasado el dolor, no llegamos a explicarnos como hemos sido capaces de soportarlo. Incluso, nuestra propia vida, mirando atrás, nos descubre la acción del Espíritu Santo que nos ha fortalecido dándonos fuerzas para superarla.
Detrás de todos esos temores se esconde ese grito y esa conciencia de sabernos protegido por el Señor. Y de decirnos que nada tenemos que temer, pues con el Señor, a pesar de experimentar dolor, Él así también lo experimentó, todo será superado y, llegará el triunfo. Es tranquilizador y esperanzado pensar que Juan goza de la felicidad eterna en el Cielo junto al Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Y preguntarnos que, vale la pena proclamar la verdad aun a riesgo de perder nuestra vida. Porque quien pierde su vida en este mundo, la ganará para la vida Eterna. Amén.
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