No es posible que el Señor haya visto a Natanael tendido bajo aquella higuera, y a ti no te haya visto. No tendría sentido pensar que ve a unos y a otro no. ¡Claro!, el Señor te ve a ti y a mí. Nos ve a todos. Y de todos espera que nos acerquemos a Él. Quiere hablar contigo y decirte, como a Natanael, que te conoce y que, si quieres, serás una persona limpia y sin mentiras. Porque ese es el deseo de todo hombre, ser una persona de bien, sincera en verdad y justicia.
A Natanael le bastó lo que Jesús le dijo. Quedó impresionado por sus Palabras y por el detalle que descubrió de él. Verdaderamente era un hombre sin segundas intenciones. Sincero en verdad y justicia. Sin engaños. No puedo resistir esa sabiduría del Señor y cayó tendido a sus pies: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».
Podemos preguntarnos: ¿Nos basta a nosotros también lo que Jesús nos dice? ¿O es que, quizás, no le escuchamos? Puede ocurrir también que no le esperamos, ni tampoco le buscamos. Será mucho más difícil escucharle así. Porque de una cosa debemos estar seguros, Jesús nos habla también a nosotros, y nos dice muchas cosas de nosotros. Nos conoce a la perfección, y sabe de nuestras debilidades, de nuestros pecados y de nuestras virtudes.
Todos tenemos cosas buenas, y también cosas malas. Se trata de descubrir las buenas y de desechar las malas. De esa manera iremos limpiándonos y dejando sólo en nosotros lo bueno. Para eso necesitamos al Señor, acudir a Él y dejarnos limpiar por su Palabra y por su Gracia.
Pidamos esa Gracia de saber oír, escuchar y responder. Es lo que hizo Natanael, que no creía que de Nazaret saliese nada bueno. También nos puede suceder a nosotros que pensemos que de ese amigo que nos invita a acercarnos a Jesús no puede venir nada bueno. Dejémonos llevar por el Espíritu de Dios y acerquémonos a Jesús.
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