La fe es imprescindible para seguir la ruta de nuestra vida. Sin fe no se puede avanzar. No hay horizonte y meta a donde ir. La fe te da esperanza de encontrar ese puerto abrigado y protegido, donde puedes hallar ese descanso y paz buscada que te colme de felicidad. Pero, ¿en quién apoyar y descansar nuestra fe?
No puedes descansar en alguien que su palabra no sea eterna ni fiable. Tendrá que ser en alguien que tenga poder por encima de esos vientos huracanados y tormentas que amenazan tu vida y tu camino. Y ese no puede ser otro que el Señor. Ese Señor Jesús, que camina sobre las aguas y amaina los vientos y tempestades sobre los que tiene poder y a quien obedecen.
Por eso, confiados en su Bondad y Misericordia, le pedimos que nos levante en las numerosas caídas que, a lo largo de nuestro camino, las tempestades interiores de nuestras dudas, de nuestros egoísmos, de nuestros vicios y pecados, nos hundan en la profundidad de los mares que nos amenazan. Le pedimos que, asidos a su Mano salvadora, nos salve de caer en las garras de las olas del pecado y quedemos sometidos al poder del mal y de la perdición.
Necesitamos una barca segura que pueda sortear las amenazantes olas, que tratan de hundirnos y de engullirnos. Necesitamos la asistencia del Espíritu Santo, que nos acompaña para auxiliarnos, aconsejarnos y protegernos de las embestidas de vientos huracanados y terremotos que zozobran nuestras vidas y amenazan hundirnos.
Danos, Señor esa fortaleza y luz para saber permanecer dentro de la Iglesia, la barca que Tú has construido en la roca de tus apóstoles para que, unidos a ellos y guiados por el Espíritu Santo, podamos vencer todos los obstáculos que las tempestades de este mundo nos presentan, y llegar firmes y salvos a la tierra prometida donde Tú, nuestro Señor, nos esperas. Amén.
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