Cuanto más me lo propongo más experimento mi impotencia y más se descubre mi egoísmo. Y más me cuesta dominar mi mente y, sobre todo mi lengua. Mis pensamientos no me dejan descansar y siento el deseo de mandar todo a la porra. Está claro que todo esto que sufro es obra del demonio, que lo que pretende es desesperarme y alejarme de la Misericordia de Dios.
Porque, eso es lo que no debo perder de vista, la Misericordia de Dios. Ella es la que me salva y me sostiene con esperanza, y a ella debo confiarme. No me salvan mis buenos propósitos, ni tampoco mis buenas obras, ni nada de lo bueno que haga. Sólo me salva mi fe en Ti, Señor. Porque, por muchas cosas buenas que haga, siempre seré un pecador vencido por el pecado y, perdonado, por tu Infinita Misericordia.
Quiero, Señor, morir a mi lengua y callar profundamente en un silencio compinchado con tu Espíritu, donde yo guarde todos mis deseos y mis suficiencias puestas en tus Manos y abandonadas a tu Voluntad. Pero, experimento esa impotencia que me descubre mis limitaciones, mis pobrezas y mis miserias. ¿Cómo morir a mi propia vida? ¿Cómo darme a la muerte de mi propia vanidad, de mis egoísmos y de mis ambiciones, hasta evangélicas, y evadirme en el silencio de la humildad y la obediencia?
Señor, sólo Tú puedes curar mis heridas sangrantes que inquietan mi alma y la perturban hasta desorientarla y confundirla. Dame la paz de no desesperar y de perseverar en la controversia y confusión. Dame la fe de ponerme en tus Manos, aunque todo me indique que voy perdido o nada se endereza en mi vida. Hay mucha gente sufriendo y yo soy un privilegiado ante ellos. Señor, perdona todos mis desvaríos y desavenencias y acógeme en tu Misericordia.
Señor, guardo silencio y postrado ante tu presencia trato de poner toda mi atención en escucharte. Para ello, silencio todo mi mundo exterior e interior y me esfuerzo en sólo dejar entrar tu Voz. Cura, Señor, mi alma. Amén.
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