Nuestro Dios es un Dios que se hace presente y nos busca, y quiere tener una relación íntima con cada uno de nosotros. Es un Dios que elige un pueblo y le revela su Palabra, sus preceptos y sus juicios. Y envía a su Hijo, para que dé plenitud a su deseo de acercarse al hombre, con la misión de dar cumplimiento, perfeccionar y revelar el verdadero rostro de Dios y puedan entrar en intimidad con Él.
Nos cuesta encontrar el equilibrio. Con frecuencia nos pasamos de largo, y nos volvemos rigoristas, rígidos, intransigentes, inmisericordes cuando ponemos la letra muerta de la ley por encima del Espíritu, de la caridad, de la compasión o por encima del Evangelio. Excluimos a la persona y la sometemos a la ley. O, sucede todo lo contrario, no llegamos y en nombre de la libertad endiosada lo que excluimos es la ley.
Nos saltamos todas las leyes, todas las obligaciones y responsabilidades y nos ponemos nosotros por encima. El hombre se basta y no necesita leyes ni nada que le oriente y le organice. Como si la convivencia en cualquier grupo humano no necesitara de una mínima organización y control. Toda comunidad necesita un pequeña organización que esté en el equilibrio de ayudarnos a sostenernos y a orientarnos, pero sin caer en el error de quedar sometidos y esclavizado bajo la ley.
Por encima de todas esas leyes que nos ayudan, está el amor y la misericordia, que da verdadero cumplimiento a la ley. Porque, la ley no responde a la plenitud de la justicia, que se esconde en el amor y la misericordia. El hombre queda atrapado bajo su propia ley, que lo somete y esclaviza. Necesita el amor y la misericordia, que le da sentido y abre su corazón a un horizonte de libertad y de generosidad.
Jesús nos enseña a amar y ser misericordioso. Un amor sin condiciones y sin espera de respuesta. Un amor desinteresado y simplemente entregado. Independiente de tú respuesta y de tu comportamiento. Simplemente, un amor que te habla y te descubre que Jesús se ha dejado clavar en la Cruz por ti. Y, pacientemente y sin presionarte, te espera. Tú tienes la última palabra.
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