El lavatorio de los pies es una lección práctica ejemplar y muy clara. Si quiere seguir a Jesús y amar como Él nos ama, ahí tienes el método o el secreto, por decirlo de alguna manera. No hay otro camino; sobran las palabras; manda el corazón y la acción que ordena el corazón. El amor se concreta en el cumplimiento de la palabra. Y la Palabra exige abajarse, empequeñecerse y servir al más pobre y humilde.
El diálogo de Pedro con Jesús lo descubre todo: "sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a sacárselos con la toalla con que estaba ceñido. Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?» Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde.» Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo.» Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.»"
¿Te recuerda a alguien? Quizás muchos de nosotros nos hemos encontrado y, posiblemente estemos todavía, en esa actitud. ¿Tú, Señor, lavarme los pies a mí? Y lo estamos porque todavía no hemos entendido bien lo que nos dice y nos transmite el Señor. Estamos en camino y, quizás, no hemos llegado a ese punto de entregarnos al servicio integro por amor. Pero, no por eso debemos desesperar. Por su Gracia estamos todavía vivos y en camino.
Tratemos pues de pedírselo y de abrirnos a su Gracia para, recibiéndola, seamos capaces de abajarnos y de servir a los más humildes y pobres. Esa es la forma en la que Jesús nos ama y, por lo tanto, nos perdona. Dejémonos amar por el Señor y pidámosle que nos dé la fuerza, la sabiduría y, sobre todo la humildad de hacernos pequeños y, llenos de humildad, transformar nuestro corazón de piedra y soberbio en un corazón de carne, humilde y manos como el Señor. Amén.
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