Me doy cuenta, Señor, que mi corazón atrapado por las cosas del mundo se resiste a darse como Tú me lo pides. Me siento mal y sometido a mis pasiones y pecados capitales. El egoísmo, la avaricia, la ambición y la tentación de vivir para mí sin mirar para el otro están dentro de mi corazón. ¿Cómo liberarme de ellas? Es la lucha de cada día en la que me debato a muerte.
Hoy, escuchando y reflexionando sobre la parábola de este hombre rico y epulón, parábola que he escuchado y leído muchas veces, me siento temeroso de tu Amor. Porque, me da miedo no poder responderte y quedarme en la mediocridad de mi vida. Me experimento esclavo y encadenado a mi cárcel humana y herida por el pecado. Y, como ese rico epulón, pido clemencia para aliviar mi sed.
Pero, Señor, no quiero hacerlo cuando ya no tenga tiempo. Quiero hacerlo ahora que mi vida camina todavía por las sendas de la vida, valga la redundancia. Y me anima el saber que me quieres y que tu Misericordia es Infinita. Y que me invitas a escuchar tu Palabra y a no tener miedo, porque Tú, Señor, me acompañas y te compadeces de mi pobreza y esclavitud.
Transforma mi corazón, Señor, en un corazón paciente, desprendido, sensible, disponible a darse y a preocuparse por los demás. Dame esa sabiduría para encontrar el camino de la luz y del amor, y la voluntad para vivirlo como Tú me has enseñado con tu Vida y tu Palabra. Sí, es verdad que todo lo que pueda darte es muy poco. No porque no sea mucho, sino porque no vale nada.
Pero, Tú, Señor, me conoces y sabes lo que puedo darte, y mi poca generosidad la puedes transformar en abundante generosidad y dar todo lo que de Ti he recibido para dar y compartir. Yo, Señor, quiero estar dispuesto para que Tú hagas en mí el milagro de vivir en el amor. Porque, quiero, Señor, estar contigo cuando me llegue la hora de regresar a Ti. Amén.
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