Quiero, Señor, darte gracias por regalarme tu Misericordia y fortalecer mi fe. Gracias por darme - hacía días que te lo había pedido - la oportunidad de recibir el sacramento de la reconciliación y experimentar, con verdadera humildad tu perdón, reconociendo que no lo merezco por mis méritos sino que se debe a tu Infinita Misericordia amorosa. Acepto, Señor, la medida de mi fe y de la que soy capaz, en estos momentos, de poner en tus Manos, y te pido que la aumentes.
Gracias, Señor, por tu respuesta a esa petición de poder reconciliarme contigo por tu Infinita Misericordia. Sé que te lo había pedido, tal y como he escrito más arriba, y me lo has concedido cuando menos lo esperaba. Confieso y reconozco que no sé realmente si he hecho una buena confesión, pero, me alegra y me tranquiliza el experimentar paz y alegría. Y, quiero creer, que esa paz viene de saberme perdonado y querido por mi Padre Dios.
Al mismo tiempo me siento y reconozco pecador, imperfecto, inclinado a la pereza y comodidad, pero también comprendido, animado y perdonado misericordiosamente por tu gran Amor. Gracias Señor. Por eso, Señor, experimento gran alegría y paz al saberme seguro entre tus Manos y abandonar en Ti todas mi cansancio y agobios. A continuación transcribo este pensamiento, que me parece hermoso y real de esta santa:
Sé que alguien me sustenta y en eso reside mi tranquilidad y mi seguridad. No se trata de la seguridad del hombre que se siente en terreno seguro gracias a su propia fuerza, sino de la dulce y gozosa seguridad del niño que se ve sustentado por unos brazos fuertes, seguridad que en la práctica no es menos racional que aquella. ¿O es que sería razonable que el niño estuviese constantemente temeroso de que mamá la va a dejar caer? (Santa Benedicta de la Cruz).
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