Te doy gracias, Señor, porque te adelantas a todas mis intenciones y, corrigiéndolas, me ofreces tu Misericordia abriéndome la puerta de tu corazón e invitándome a levantar mi espíritu y caminar en tu presencia y confiado en tu Palabra.
Tú sabes que mi acercamiento a Ti, a pesar de mi ignorancia, mis despistes y mi necedad al ignorar mis pecados y la necesidad de tu perdón, que es la única y verdadera salvación, va gritando sanación. Sanación que en principio no mira sino al cuerpo sin advertir que lo verdaderamente importante es el alma. Por eso, Señor, limitado y postrado en mi camilla, sometido a mis parálisis, te pido clemencia y sabiduría para abrir mi corazón y llenarme de tu Gracia y, por ella, levantarme tomar mi camilla y, en tu Nombre, andar mi camino de salvación. Gracias Señor.
Transcribo estas próximas líneas que hablan de una oración que, al leerla, sentí el deseo de compartirla con todos ustedes:
Señor, me veo reflejado en personajes de este acontecimiento de salvación. Como los escribas, soy incrédulo, porque exijo signos para creer que Tú eres mi Dios, el que me salva de mis pecados y sus consecuencias. Como el enfermo, soy paralítico, sin fuerzas ni ganas de moverme para hacer el bien.
Paradójicamente los calores del verano - que en el hemisferio norte llegan ahora con todo su rigor, amenazan con congelar la vida del espíritu. Pero tengo tus Palabras de perdón y de misión: Tus pecados están perdonados. Ponte en pie, toma tu camilla y vete. Pero yo estoy convencido de que a tu lado viviré mejor (del Evangelio 2020 con el Papa Francisco - ciclo A - José A. Martínez Puche, O.P.).
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