No crece la vida de Dios
desde la muerte humana,
sino la plenitud humana
desde la muerte de Dios.
No realza la fortalez de Dios
la debilidad nuestra,
la debilidad de Dios
cnstruye nuestra fortaleza.
Porque solo los ídolos
se alimentan de la sangre ajena,
pero Dios derrama la suya
para salvar la nuestra.
El cauce frío del hierro
que desgarra la carne
horada con el mismo golpe
el corazón encarnado de Dios.
Y donde un golpe nos hiere,
acude incesante el agua viva,
pues solo puede manar Amor
por el boquete abierto al Infinito.
Benjamín González Buelta, SJ.
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