Ignacio Iglesias, SJ |
Tu, que eres la fuente del deseo
y el agua que lo sacia;
el fuego que lo enciende
y la llama que no quema mi zarza; (Ex 3,2-3)
la brasa de mis huesos,
que no calla (Jer 2O,9)
-Dame de tu valor para embridar los míos,
los que nacen y mueren en mi casa;
como fugaz visita,
que deja más dolor cuando se marcha.
Invádeme, Señor.
Me rindo a tus deseos.
Ya son míos. Soy otro. El mismo; no un extraño;
pero ardiente y feliz,
Divinizado.
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