Reflexionando sobre este pasaje del Evangelio, tengo que confesar, Señor, que también yo miento. Miento cuando rezo, porque a veces me descubro rezando sin saber ni sentir lo que digo. Porque a veces me descubro que lo hago por rutina o por mero cumplimiento. Porque a veces lo hago por satisfacción personal, y con un resquemor de quitarme de encima esa obligación voluntaria que he contraído.
Me siento mal muchas veces cuando rezo. Yo quisiera sentir de otra forma, y experimentar gozo y paz cuando rezo y hablo contigo, Señor. Al menos, descubro que es una Gracia tuya, y te la pido en este rincón de oración. Quizás sea este el mejor momento y espacio donde rezo mejor. Porque aunque mis palabras se escapen de mis dedos, quedan reflejadas y escritas, y sirven de ánimo y aliento para otros que las meditan y reflexionan.
Pero, también descubro que bullen de mis pensamientos ligeras a la velocidad de mis dedos que pulsan las teclas que las imprimen en el espacio virtual de mi humilde blog. Me pregunto, ¿de dónde salen? Porque mi pobre mente no da lugar a pensarlas ni a escribirla. Todo sucede en breves segundos, de tal forma que, luego, soy yo el más sorprendido de reconocer que eso ha salido de mí. ¿Diriges Tú, Señor, mi oración? ¿Eres Tú quien escribes, a través de mí? Realmente no lo sé, pero me gustaría que así sucediera y que me respondiera a eso.
De todas formas, lo más importante es que eso que brota de mi corazón tan rápido, que no lo puedo parar ni contener, ni siquiera tengo tiempo para pensarlo, sean los frutos de mi vida y el resultado de mis torpes y despistadas oraciones que Tú, Señor, por tu Amor y Misericordia, conviertes en frutos buenos y cosecha abundante.
Si es así, Señor, bendito tu santo Nombre y, por tu Amor y Misericordia, bendice y perdona a este pobre siervo tuyo, que quiere seguirte, responderte y vivir en tu Palabra y Verdad, a pesar de su pobreza, limitaciones y mentiras en las que cae cada día. Amén.