Sabido es que el mundo es el lugar donde vives. Has llegado a él y no sabes muy bien por qué. Quizás ese sea tu primer interrogante. ¿De dónde vengo? Pero en la medida que transitas por él, vives experiencias que van determinando y modelando tus ideas y tus criterios. Es decir, tu fe.
Porque creer hay que creer. Crees cada día que te levantas y empiezas una nuevo tiempo de tu vida; crees cuando el día anterior te has dormido pensando en hacer nuevas cosas al día siguiente, porque crees que despertarás; crees cuando entras en un café y tomas algo que no te van a envenenar; crees durante todo el tiempo que vives, porque, una pregunta es clara y evidente, tienes que creer. Es más, diría, es obligatorio creer.
Ahora, la pregunta que viene es más trascendente y más vital. Porque de ella dependerá toda tu felicidad y tu vida. Es el tesoro que llevas dentro de ti mismo y que tratas, muchas veces sin advertirlo, de buscar ardientemente toda tu vida. ¿En qué creo? Porque el mundo por el que empiezo a moverme, también, a lo largo de mi vida, empieza a cansarme. Sus respuestas son siempre más de lo mismo, y sus espacios y encuentros de felicidades llegan hasta producir el efecto contrario. Incluso, cuanto más tengo experimento que menos disfruto.
¿Y la muerte? Porque advierto que muchos me han dejado, y experimento que a mí también me tocará un día. Y sin darme cuenta, se acerca ese día. Luego, ¿cómo voy a pasar este tiempo de mi vida? Una conclusión es clara: "Aquí en este mundo no está ni la felicidad ni la verdad" Hay que buscarla en otra parte.
¿Por qué no probar en otra parte? ¡Si existe otra parte! Una propuesta: Jesús, a quien yo llamo el Señor, mi Señor, nos habla de una propuesta. Quizás esa te puede clarificar que haces en este mundo y cuál debe ser tu camino.
Si tienes un rato, escúchale: Juan 3, 31-36 (de la Biblia). Escucharle es también una manera de orar.
#fe
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