En la mayoría de nuestras acciones y obras queremos sorprender con la grandiosidad, con las cosas hecha a la perfección, con lo acabado de forma perfecta y con todos los detalles previstos. Pero es que también los que miramos y analizamos todo desde esta perspectiva. Analizamos y juzgamos según lo grandioso, perfecto e importante. Nuestra vara de medida pasa por todos esos detalles.
Nos preocupa que todo salga bien, pero al mismo tiempo que sea lo mejor y más grande. No estoy diciendo que eso no sea legítimo y bueno, ni mucho menos. Simplemente trato de decir que quizás no sea lo más importante ni lo mejor. Las cosas cuanto más sencillas y simples, más llegan a la gente y más participativas son. Lo grande no es aquello valioso, importante o grandioso, valga la redundancia. Lo grande es lo que llena y satisface el corazón, y te lo llena de paz y serenidad.
Es posible que la suma de pequeños detalles te llene, poco a poco, el corazón hasta el punto que sus latidos y su ritmo se llenen de paz y tranquilidad. Lo pequeño se hace grande si se cultiva con amor, verdad y justicia. Es el ejemplo de la más pequeña de las semillas, que bien cultivada y sembrada se hará la más grande, hasta el punto que anidarán las aves en sus altas ramas.
Así será el Reino de los Cielos, semejante a una pequeña semilla que crecerá y será la más grande. Así ocurrirá con el corazón humilde y sencillo, que siendo pequeño e insignificante, su amor le llenará de gozo y felicidad que no habrá cosa mayor que lo supere. El Reino de los Cielos es altura máxima a la que el hombre aspira, porque en él encontrará todo lo que busca y desea.
Danos Señor la sabiduría de saber buscar y encontrar el Reino de Dios. Buscarlo en lo pequeño y sencillo que, con amor, se hace grande hasta descubrir todo el amor que Tú, Señor, nos das.
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