Son palabras que Jesús nos ha dicho que trasmitamos. Son palabras que, para trasmitirlas necesitamos primero vivirlas, y vivirlas exige creerlas. No hay vuelta de hoja. Se trasmites lo que se vive, porque eso es lo que se ve y se contagia.
Puedes contar un cuento muy bonito, o una historia de alguien que has conocido, pero no puedes trasmitirle su espíritu si tú, primero no lo haces tuyo y lo vives. Y la misión de trasmitir nos exige primero a nosotros que la vivamos. Nuestros hijos no esperan de nosotros lecciones ni consejos, sino vida y obras. Y los de la calle buscan lo mismo. Las palabras explican la vida, pero no la trasmiten.
Vivamos las enseñanzas de Jesús y, fiados de su Palabra, tengamos la confianza de que nuestro testimonio , caído en tierra buena, será bien recibido y dará sus frutos. Ahora, no olvidemos la necesidad de la oración, de la constante unión con el Señor. Él nos envía, pero también nos acompaña. Y si nos acompaña es porque sabe que le necesitamos. No va a venir con nosotros por gusto y para vernos.
Espera de nosotros nuestras quejas, nuestras dificultades, nuestros fracasos, nuestros pecados y nuestros deseos de huida. En algún momento miró a los discípulos y les recriminó si ellos también querían marcharse. También sabe que el camino nos pasará factura, y está a nuestro lado para, como a los de Emaús, decirnos unas palabras de ánimo y aliento y empujarnos a continuar ilusionados y esperanzados.
Por eso, es muy importante que tú y yo sepamos advertir su presencia y tomar conciencia de que está con y pendiente de nosotros, y le pidamos el agua de la Gracia para el camino para no desfallecer, y para saber en cada momento transparentar y dar testimonio de nuestra misión: "Anunciar que el Reino de Dios está cerca". Amén.
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