La carrera no termina. Sería malo pensar que hay un final en el camino de perfección. Sí, en cierta manera lo hay, cuando la vida se apague y consuma el último aliento. Pero eso es como decir que hay siempre que estar en pleno movimiento, es decir, caminando.
Y eso lo podemos traducir por perseverancia constante en relación con el Señor. No se puede estar ni un instante fuera de la órbita del Señor. El Espíritu está en nosotros, y cada instante de nuestra vida le pertenece y nos lo pide. Y nos llena con su Gracia para que podamos sentirnos fuerte para lucha contra el pecado y las amenazas y tentaciones del Maligno. La batalla es continua.
Quiero Señor respirar con y en tu propia respiración; quiero Señor que mi corazón, llevado por tu Espíritu, lata al ritmo del Tuyo. Quiero, Dios mío, que me sentir sea tu sentir y haga lo que haga, mi vida descanse en tu Vida y obre según tu Voluntad.
Supongo que fallaré en muchos momentos, porque soy pecador, y Tú me has dado libertad para decidir por mi cuenta. Esa es mi debilidad, pero también, parodiando a Pablo, es ahí, en esos momentos, cuando extraño y advierto tu presencia, porque descubro que sin Ti me someto al Maligno y a las ofertas tentadoras que el mundo me ofrece. Entonces experimento que necesito estar constantemente relacionado contigo a través de la oración y del alimento espiritual de tu Cuerpo y Sangre.
Señor, dame la sabiduría, el valor, la fortaleza en mi voluntad para no desfallecer, a pesar de mis fracasos, de mis desilusiones vanas, de mis desánimos, de mi inmadurez, de mis dudas y de mi inmadura fe. Auméntala Señor y tenme siempre, a pesar de mis rechazos, a tu lado, porque yo sé que Tú eres mi Padre Bueno del Cielo. Amén.
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