Sin oración nos quedamos en la cuerda floja y desubicados y lejos de Jesús. Posiblemente nos perdamos en el camino y, debilitados, perdamos sus pasos y sus enseñanzas. Necesitamos orar, pero orar a cada instante. Orar nuestras oraciones, pero también orar con nuestra vida, nuestros esfuerzos, nuestra lucha de cada día y a cada instante. La vida es una oración continua.
Y ese es el pegamento que queremos, Señor, utilizar para permanecer adherido a Ti a cada segundo de nuestra vida: ora comiendo, ora descansando, ora cocinando, ora trabajando, ora compartiendo o tomando un descanso o en los momentos de diversión y relajamiento. Siempre en lucha injertado en el Espíritu Santo.
La vida es oración, ofrecida integramente desde nuestro corazón y a cada latido de nuestro corazón. La vida es presencia de Dios en todo momento y en todos nuestros actos. Incluso en los más íntimos, porque Dios está en toda nuestra intimidad y en toda nuestra existencia.
Por todo ello, Señor, te pedimos la Gracia de saber estar, de saber actuar y discernir los caminos de nuestra vida, y no atrevernos a recorrerlos sin Ti. Te pedimos ocupar los últimos puestos y estar dispuestos y disponibles a servir por amor a los demás, sobre todo a los más pequeños.
Y te pedimos perdón Señor por todos nuestros pecados e indiferencias. Perdón Señor por cuantas veces he desoído tu Palabra en algún pobre que se dirige a mí y me pide ayuda. Ayer mismo, al terminar la Eucaristía me sucedió eso, y lo remití a Cáritas hoy lunes. ¿Cómo, me pregunto, habrá pasado el fin de semana? Mientras yo me di un gran almuerzo celebrando un Bautismo. No sé, Señor, pero no me he quedado tranquilo.
Perdón Señor, dame la paz y la fuerza de saber como actuar. Porque Tú eres nuestra razón y nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Amén.
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