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Muchos nos acercamos por simple curiosidad. Observar que dentro de nosotros late una curiosidad por ser buenos y verdaderos, pero, a pesar de que lo sentimos, no nos es fácil descubrirnos y motivarnos.
Reconocemos que nos gustaría, pero hoy, pesa más nuestra soberbia y pasiones que el amor a los demás. Descubrir esa limitación es descubrirnos pecadores. Ese es el pecado, nuestra soberbia, que levanta un muro delante de nuestros ojos que nos cierra el paso y enturbia nuestra mente.
Y dominados por el príncipe del mal caminamos a su ritmo y antojo. Será difícil renunciar a nosotros mismos para empezar a preocuparnos por los demás. Sin embargo, algunas circunstancias puede que nos ayuden a despertar y a darnos cuenta de nuestro camino errado.
Porque cuando descubrimos el amor y el gozo de morir a nuestras apetencias y soberbia, despertamos del letargo de la muerte y resucitamos a la vida. Pidamos al Espíritu de Dios que nos conceda esa Gracia y dispongámonos a abrirnos a su Amor. Amén.
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