Cada vida tiene su cruz. Cruz que para unos será mayor que la de otros, pero cruz que cada cual tiene la capacidad y la fuerza necesaria para soportar. Ha de ser así, porque de no serlo sería injusto echarnos tanto peso a nuestras espaldas.
La vida, en su camino, nos presentará nuestra cruz. Todos las tenemos y el camino consiste en aceptarlas y ofrecerlas a los pies del Señor compartiéndolas con Él. Eso es lo que significamos cuando hablamos de cargar con nuestra cruz.
No se trata de buscar cruces, ni de renunciar a ser felices en este mundo. Se trata de aceptar lo que nos viene encima y de compartir con aquellos que la vida les ha dejado desnudos y con más sufrimientos que alegrías. Y esas fuerzas son las que te pedimos, Señor. Fuerzas para renunciar a nuestros egoísmos de vivir despreocupados y mirando sólo para nuestros intereses y comodidades sin tener en cuenta a los demás. Sobre todo a los que sufren.
Danos la Gracia de sabernos débiles y pecadores, y de sacar fuerzas para, renunciando a nuestros egos personales entregarnos al servicio de los demás. No nos cuesta mucho decirlo, Señor, pero cumplirlos es harina de otro costal. Y conscientes de nuestra debilidad te pedimos voluntad y fuerza para, injertado en el Espíritu Santo, ser capaces de vivir coherente con lo que decimos.
Y a ti, Madre del Cielo, intercede por nosotros para que, siguiendo tu ejemplo, nos miremos en tu paciencia y perseverancia esperanzados en la Resurrección del Señor. Amén.
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