Orar es tomar conciencia de que somos criatura de Dios, y en ese instante todos nuestros pensamientos puestos en su presencia son hermosas oraciones que fluyen en diálogo directo con Él. Nada en cada instante de nuestra vida queda fuera o al margen de la mirada de Dios. Así que, a pesar de nuestras distracciones, cada vez que nuestra mirada se cruza con la del Señor estamos orando y en contacto con Él.
Orar es entrar el comunicación y diálogo con el Señor; orar es sentir ese impulso interior, desde lo más profundo de nuestro corazón y conectar con la Misericordia y el Amor de Dios; orar es descubrir que dentro de mí hay una energía que, regalada por la Gracia de Dios, me da fuerzas para amar y vivir en la verdad y la justicia.
La oración es necesaria y fundamental para crecer como persona, como persona madura, sensata, con sentido común, justa y verdadera. Porque la oración mira por nuestra verdad, nos descubre nuestras mentiras y nos activa nuestra conciencia para que, dejando la injusticia, vivamos en la verdad. Quien piensa sabe lo que hace bien o mal, y cuando hablas con tu mismo corazón estás hablando con Dios, porque dentro de ti mora Él.
Orar es levantar el corazón de nuestra alma y ponerlo en Manos del Espíritu Santo para que, purificado por su acción, demos gracia y sirvamos según su Voluntad. Orar es despertar de nuestra realidad y comprender que, más arriba, allá donde se pierde nuestra vista, hay Alguien que se regocija en nuestra vida y nos cuida y llama a vivir la definitiva y eterna en su gozo y plenitud.
Pidamos al Señor que nunca dejemos de orar, y eso supone tenerle constantemente presente en todos los momentos y circunstancias de nuestra vida. De tal forma que, cuando experimentas que algo has hecho mal, te duela porque, a parte de ofende o fastidiar a alguien, le has negado un abrazo al Señor. Y con la verdadera oración lo evitamos. No hay nada como abrazar a Jesús.
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