Cuando oramos estamos pidiendo perdón. Porque sólo el que se sabe perdonado es capaz de pedir. Nadie se atreve a hablar con otro, y menos pedirle algo, si está en enemistad con él. Por eso, la oración de petición supone el conocer la Misericordia y el perdón de nuestro Padre. Por eso nos atrevemos a llamarle Padre nuestro y a pedirle, no sólo el pan de cada día, sino su Gracia, su Perdón y Misericordia.
Padre nuestro del Cielo, danos tu perdón por tantas ofensas que te hacemos cada día. Ofensas que se concretan en nuestros hermanos, desoyéndolos, maltratándolos, olvidándolos y siendo indiferentes ante sus dolores, problemas y carencias. Perdónanos Señor porque no somos dignos de merecerlo. Pero nos anima la esperanza de conocerte en Jesús, y saber de tu Misericordia y de tu Amor.
Por todo ello, como aquella mujer pecadora, hoy suplicamos tu Misericordia, y te pedimos voluntad para, siendo fuertes, ser capaces de perseverar y ser constantes en sostenernos en tu Amor, viviendo esforzados en hacer realidad tu amor.
Danos Señor la Gracia de no desfallecer, de no derrumbarnos en la dificultad, ante los malos testimonios y en las incomprensiones y limitaciones de nuestro propio ser. Danos la paciencia de soportar y aguantar las tempestades que asolan nuestra fe y tienta nuestra perseverancia y constancia.
En ti, Señor, ponemos toda nuestra confianza y nuestra esperanza. Amén.
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