No tendría sentido tener una vida de oración y otra de obras. Es decir, rezar y no obrar; o, no rezar y obrar. Ambas actitudes están cojas. Porque la vida sin oración se contamina, y la oración sin vida queda hueca y vacía.
Es, pues, necesario que nuestra oración tenga eco, y ese eco se derrame en frutos que alivien y beneficien al hombre. La oración, si no tiene en el horizonte el bien del hombre deja de ser verdadera oración para convertirse en idolatría y apariencia.
Es, pues, necesario que nuestra oración tenga eco, y ese eco se derrame en frutos que alivien y beneficien al hombre. La oración, si no tiene en el horizonte el bien del hombre deja de ser verdadera oración para convertirse en idolatría y apariencia.
Adorar significa postrarse a los pies de alguien para seguir sus enseñanzas, su doctrina y mandatos. Adorar a Dios significa ponerse a sus pies y entregarse a su estilo de vida y a sus enseñanzas e indicaciones. Luego, relacionarse con Él es abrirse a sus enseñanzas e ir aprendiéndolas y practícándolas en el camino de tu propia vida.
Para eso está y se ha quedado el Espíritu Santo. No se ha quedado de forma pasiva, sino que actúa constantemente en nosotros con nuestro permiso libre. Ahí entramos cada uno de nosotros para ponernos a su disposición y dejarnos guiar por su Sabiduría.
Y eso es lo que te pedimos hoy, Señor. Abrirnos a tu Corazón y a tu Gracia. Y te suplicamos que transformes nuestras vidas según tu Voluntad y no la nuestra. Amén.
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