En cierta ocasión escuché de un abogado que lo verdaderamente importante es prevenir. Prevenir ante que curar. Eso en el último remedio. Y esto, porque se quejaba que la gente recurría al abogado cuando ya había cometido el delito. Y realmente sucede así, vamos al médico cuando ya hemos contraído la enfermedad, en lugar de acudir cuando notamos síntomas.
Algo parecido nos ocurre a los cristianos, recurrimos al Espíritu Santo, o, dicho de otra forma, le invocamos o le consultamos cuando ya hemos tomado y ejecutado nuestra propia decisión. Sería lo lógico pedirle consejo, auxilio y ayuda antes de dar un paso. Es decir, lo utilizamos para que nos saque del problema o nos solucione nuestro error. Y debemos actuar de otra forma.
Hoy nos dice Jesús cosas muy bellas y esperanzadoras. Nos envía el Espíritu Santo para que nos auxilie y nos vaya revelando todo lo que no hayamos entendido y todo lo que nos falta por saber y entender. Nuestra meta es llegar a la Verdad plena, y en el Espíritu Santo lo conseguiremos. Pero ello nos obliga a estar dispuestos, abiertos y expectante a la escucha de sus impulsos y señales.
Pidamos, confiados y esperanzados, la luz al Espíritu Santo; pidámosle que nos ilumine y nos dé la sabiduría necesaria para ir entendiendo lo que quiere de nosotros, y la voluntad suficiente para ser capaz de, no sólo escuchar y entender, sino también llevar a buen termino y transformar en buenos frutos lo que me pide. Y, para eso, pidámosle que aumente nuestra fe y nos fortalezca con paciencia y serenidad.
Ven, Espíritu Santo, y dame el don de Sabiduría; ven, Espíritu Santo, y dame el don de entendimiento; ven, Espíritu Santo, y dame el don de Consejo; ven Espíritu Santo, y dame el don de Fortaleza; ven, Espíritu Santo, y dame el don de Ciencia; ven, Espíritu Santo, y dame el don de Piedad; ven, Espíritu Santo, y dame el don del Santo Temor de Dios. Amén.
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