Señor, quiero ser tu oveja, una de tus muchas ovejas. Con esto quiero decirte, Tú lo sabes, quiero que seas mi Señor, mi Dueño y mi Guía. Sé que tus cuidados son amorosos y llenos de ternura y verdadero amor. Y sé que quieres llevarme a la Casa de tu Padre, donde mi felicidad será plena y eterna junto a Ti.
Pero, Señor, tengo miedo. Tengo miedo porque este mundo es una selva muy peligrosa. Hay peligros por todas partes y fuertes, casi irresistibles, tentaciones que incitan al pecado y a la desobediencia. Y, mi naturaleza, herida por el pecado, es débil y fácil de ser vencida. Para más gravedad, el demonio está al acecho y nos vigila como lobos con piel de cordero. Es muy inteligente y, disfrazado, incluso de verdad, trata de seducirnos y engañarnos. Incluso dentro de nuestro mismo redil.
Señor, sé que Tú no te descuidas, pero me das libertad y me pruebas. No será el discípulo más que el Maestro, nos dices - Mt 10, 24 - y tendré que enfrentarme a esas pruebas con las que puedo verificar y demostrarte mi apuesta y decisión por ti. Es la cruz, esa mi cruz de la que tanto nos has hablado y nos has invitado a cargar con ella - Lc 9, 23 -. Porque de ninguna otra forma puedo desmostrarte mi amor, sino amando y aceptando voluntariamente los sacrificios y adversidades que la misma vida me pone en mi camino.
Pero, para eso necesito tu alimento, Cuerpo y Sangre, unido a la oración constante y diaria que me fortalezca y me vigorice para encontrar fortaleza y vencer todos los obstáculos que se vayan interponiendo en el camino de mi vida hacia Ti. Por eso, Señor, insisto, quiero ser de tu rebaño y dejarme pastorear por Ti, porque contigo, Buen Pastor, estaré seguro y libre de todo peligro y alcanzaré ese Redil que llena mi vida de Vida abundante y eterna. Amén.
1 comentario:
Gracias, por esta reflexión.
Publicar un comentario