Posiblemente te sorprendas cuando ves a alguien, al que consideras más que tú, servirte desinteresadamente y de la forma más humilde posible. Lavar los pies era lo último que se podía esperar, reservado a los más bajo, esclavos y personas muy humildes, en el sentido literal de la palabra. En aquella época y sigue considerándose hoy. No es por tanto de extrañar que Pedro se opusiera en principio a ser lavado por Jesús.
Con este gesto, Jesús nos da a entender, no sólo con palabras, sino también con hechos, lo que quiere de nosotros. Y ese es el camino. No hay otro. Lo sabemos y lo decimos por activa y pasiva. Y, también, experimentamos lo difícil que es llevarlo a la vida. Son esos momentos cuando experimentamos lo débiles y frágiles que somos, y que, sólo en el Señor, podemos emerger y sostenernos en el amor.
Esa es nuestra oración constante. No podemos con el amor. Nos supera y nuestra naturaleza caída se derrumba ante el mal recibido por otra persona. Las ofensas recibidas nos pueden y nos resulta imposible perdonarlas. ¿Qué hacer entonces? Simplemente confiar. Confiar y esperar en la Gracia del Espíritu Santo que nos asiste, auxilia y acompaña. Perseverar y abrirnos a su acción con paciencia y esperanza.
Es el ejemplo que ayer, en su audiencia, nos ponía el Papa Francisco. La Virgen María es un testimonio y ejemplo de fidelidad, de obediencia, de sosternerse en la adversidad y en confiar en la acción de Dios. Y, también nosotros, en ella, debemos buscar fuerza y ánimo para, confiados en el Espíritu Santo, continuar el camino esperanzados y confiados.
Pidamos esa Gracia y confiemos que el Padre, por los méritos de su Hijo y en su Nombre, nos la dé, para que perseveremos obedientemente confiados en su Palabra y unidos en la Iglesia con el Papa Francisco a la cabeza. Amén.
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