Todos, al ser bautizados, recibimos al Espíritu Santo que nos acompaña a lo largo de nuestra vida auxiliándonos y fortaleciéndonos en la fe. Todos somos llamados, como hijos de Dios, a la Casa del Padre, pero no todos recibimos la misma misión y responsabilidad. Quizás, ahora empiezo a entender que muchos son los llamados, pero pocos los elegidos -Mt 22, 14-.
El reino de Dios viene para todos los hombres. Jesús lo deja claro en este episodio con la mujer cananea - «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos» -. Sin embargo, la fe lo cambia todo. Quien cree es salvado por la Gracia de Dios. Las Palabras de Jesús no dejan lugar a duda: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas»
Jesús ha venido para salvar a todos aquellos que creen en Él. La fe es la clave de la salvación, porque para seguir a Jesús y vivir en el esfuerzo de su Palabra aplicándola a su vivencia de cada día tendrá que tener fe. Quien cree vive lo que cree y creer en Jesús es creer en el amor. Un amor incondicional a todos, incluso a los enemigos.
¡Señor!, queremos creer en Ti. Queremos creer como aquella mujer cananea que no perdió las esperanzas de ser escuchada y atendida, porque su fe le decía que Tú, Señor, quieres y buscas la salvación del hombre. Si bien dejas un margen para que el hombre te dé pruebas de su fe. Una fe que, como fe que es, necesita pasar por pruebas para demostrar que realmente existe.
Danos, Señor, esa fortaleza y esa fe firme para, superando todos los obstáculos que en nuestras vidas se presenten, no desfallecer y seguir tras tus pasos esperando tu salvación. Amén.
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