No es fácil descubrir dónde está el tesoro de mi vida. Hay muchas señales y sensaciones que pueden llegar a confundirme. A veces no sé tampoco distinguirlas bien y puedo caer en la trampa. Por otro lado, mi cuerpo está sujeto a leyes físicas y sensoriales que me confunden y me engañan. Sí, porque no lo que me gusta es por eso bueno. Y me cuesta vencer mis apetencias, mis pasiones y egoísmos. Son indicaciones falsas que pueden engañarme.
Porque, la realidad es que al experimentarlas compruebo y me doy cuenta que en ellas no está esa felicidad que busco. Son efímeras y desaparecen tal como empiezan. Son pasiones que están dirigidas por el egoísmo y toda la cizaña que habita dentro de mí. Porque, no se trata de que sean malas sino que inducen a ser mal usadas y a hacer daño. Es el egoísmo del placer que inhibe al otro y llega hasta anularlo. Es la pasión del deseo y satisfacción que posee al otro y lo desplaza. Es el tesoro de guardártelo para ti y no compartirlo. Emplearlo sólo para tu placer y gozo.
Y pronto te das cuenta que no terminas por encontrar la paz ni el gozo de sentirte bien contigo mismo. Experimentas que la felicidad no está en tener y guardar, sino en tener y compartir y dar todo lo que pueda servir para alegrar y hacer vivir a otros. Descubres que el tesoro no está fuera de ti, sino que lo encuentras dentro de ti, en tu propio corazón. Descubres que la felicidad no consiste en tener sino en dar, y que cuando más das más feliz te sientes.
Hasta que llegas a correr para conseguir descubrir este tesoro en tu corazón y compartirlo con los demás. No lo quieres perder y te aseguras de tenerlo siempre para poder compartirlo siempre. Y sabes que sólo con Él puedes perpetuarlo y conservarlo, porque hay muchos peligros que trataran de engañarte y de hacerte cambiar de idea. Procura, entonces, agarrarte con todas tus fuerzas al Señor para que nadie pueda arrancarte ese Tesoro del Amor de Dios y que da la Vida Eterna. Amén.
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