Te quedas con la
boca abierta cuando tomas conciencia que María, esa joven sencilla, humilde y
tan normal fue elegida para ser nada más y nada menos que la Madre de
Dios. María, de la que hoy la Iglesia católica celebra su Asunción a los cielos, dogma de fe que todo
cristiano acepta y cree de forma absoluta. Y es que es tan normal y lógico que
sería un disparate absurdo no creer o pensar lo contrario.
Estaba ya en el ambiente y aceptado por todo cristiano.
¿Cómo no va a llevar y a pedirle al Padre que suba al Cielo a su Madre? ¿Hay
algún hijo que no quiera para su madre lo mejor? Y es que somos tan pequeños
que no nos cabe en la cabeza que una mujer tan sencilla, humilde y entresacada
del pueblo sea elegida para ser la Madre de Dios.
¿Qué méritos puede haber hecho María?¿Es qué podemos hacer
méritos para merecer algo delante de Dios? La elección de María y la del pueblo
de Israel, como pueblo de Dios, no podemos entenderlo. Al menos a mí no me cabe
en mi pobre y limitada cabeza. Sin embargo, algo tuvo y tiene María para ser
elegida Madre Dios, y también Madre nuestra. Destaca su humildad y su
obediencia. Humilde para, siendo la Madre de Dios, permanecer al mismo nivel
que los pobres y los pequeños, los preferidos de su Hijo. Humilde y sencilla
para, no esperar ser servida, sino estar disponible a servir.
Y, sobre todo, confiada en la Voluntad de Dios. Un Dios al
que somete libremente su voluntad y del que se fía según su Palabra. Y, María,
entregada a la Voluntad de Dios queda llena de Gracia y de todas las virtudes
que deben acompañar a la Madre de las Madres.
En este día celebrativo, donde no hay ningún pueblo que
deje de recordarte y proclamar tu grandeza, Madre, queremos pedirte que nos
acompañes e intercedas por todos nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte,
para que vivamos siempre en la presencia y en la Palabra de tu Hijo, nuestro
Señor Jesús. Amén.
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