En cierta ocasión Jesús nos dice que tenemos que nacer de nuevo para poder reunirnos con Él. Nos lo dice cuando habla con Nicodemo -Jn 3, 4-5- respecto a la necesidad de nacer de nuevo para entrar en el reino de los cielos. La muerte no debe asustarnos tanto y eso explica la fortaleza de muchos - mártires - en los momentos de poner sus vidas en peligro de muerte.
Jesús nos anuncia también su Pasión y Muerte, y, a pesar de que la muerte siempre nos entristece, pues no podemos escapar a nuestra condición humana, el triunfo de la vida nos invade de alegría y de esperanza. Es esa sabiduría y esa esperanza la que hoy recogemos en nuestros corazones y, juntos, elevamos al Señor para que comprendamos la importancia de estar en Él cuando llegue ese momento glorioso de compartir nuestra muerte con Él.
Abramos nuestros ojos y entendamos que estamos salvados porque Jesús paga, como hizo con Pedro, los tributos que los hombres nos imponen. Somos hijos libres y el Señor no nos impone ningún impuestos. Ha venido a darnos la Gracia de la Salvación gratuita y nos salva siempre y cuando esa vestidura blanca de pureza que hemos recibido en la hora de nuestro Bautismos la mantengamos limpia, por su Gracia, en el camino de nuestra vida.
Y en Él lo haremos, por eso no caminamos solos sino acompañados del Espíritu Santo para que nada nos la pueda arrebatar. Si, Padre, en ti confiamos y junto a tu Hijo recorremos el camino de nuestra vida confiado en que, a pesar de ser crucificado y muerte Resucitará, para que también nosotros, a la hora de nuestra muerte, resucitemos. Amén.
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