No es nada fácil erigirse en proclamador, porque la Verdad proclamada nos sobrepasa y es superior a nuestra inteligencia y sabiduría. Hablamos de la Palabra de Dios, esa Palabra revelada por nuestro Señor Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre y bajado del Cielo para darnos a conocer el Amor de su Padre y lo que nos quiere a cada uno de nosotros. También sus hijos y coherederos con su Hijo Jesús, de su Gloria - Rom 8, 14-17 -.
No jugamos con cosas u objetos, son personas a las que podemos confundir llevados por nuestras ambiciones personales, nuestros apegos, apetencias e incluso creencias arraigadas por nuestros egoísmos y vanidades. Somos pecadores y no podemos perder de vista nuestra fragilidad y las seducciones y peligros del mundo en que vivimos. Estamos expuesto a ellos y necesitamos estar muy unidos al Señor y en Manos del Espíritu Santo todo instante de nuestra vida y latir de nuestro corazón.
Vivir la Palabra es tratar de interpretarla desde la Luz y la Acción del Espíritu Santo, sin poner nada de nuestra sabiduría humana sujeta al error. Es dejarse llevar por la Luz del Espíritu Santo y no por nuestro espíritu y nuestra personal doctrina. No se trata de lo que nos gustaría, sino de lo que realmente es según la Palabra de Dios. No se trata, pues, de interpretar tu propia verdad sino la de Dios, porque la tuya y la mía son diferentes y no llegan a comprender ni interpretar la de Dios.
Por lo tanto, pidamos la Luz del Espíritu Santo y tratemos de dejarnos guiar por su Palabra, que cada día nos alumbra el camino y nos orienta a saber discernir y caminar a la Luz de la acción del Espíritu de Dios. Amén.
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