A veces nos extraña que, a pesar de tantas dificultades, la Iglesia, y con ella todos los que la formamos, los bautizados, sigamos adelante en este mundo hostil, duro y lleno de tentaciones que nos debilitan y amenazan a cada instante de nuestro camino. Se hace difícil comprenderlo y como se puede mantener y sostener a raya ese cúmulo de provocaciones, tentaciones y ofertas que son deseadas por nuestra naturaleza herida y tocada por el pecado.
No hay ninguna explicación que lo pueda justificar salvo el poder de la oración. La Oración por excelencia que hace Jesús al Padre y que está llena de amor por y para cada uno de nosotros: En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí».
Es verdad que dejamos mucho que desear. ¡Para qué negarlo! Somos pecadores, pero también es verdad que la Iglesia, compuesta de movimientos, parroquias, grupos y comunidades de muchos colores, carismas, y talentos van intentando y esforzándose en vivir esa unidad teniendo como referencia al Padre y al Hijo. Esa es nuestra meta y esa es nuestra batalla día a día. Y, a pesar de ser perseguida, criticada, estar formada por miembros pecadores y tener muchos errores, La Iglesia une, salva y libera al hombre de la esclavitud, de la opresión, de la injusticia, de la mentira y la condena.
Es verdad que no consigue todo lo que quisiera, pero este mundo es un poco mejor porque la Iglesia, a pesar de ser perseguida y excluida se mantiene firme y la defensa de los más pobres, esclavizados y oprimidos. Por eso, precisamente, es perseguida. Pero, nuestra esperanza nunca se debilita porque está sostenida por la Oración del Señor al Padre. Y nosotros, injertados en ambos, confiamos y esperamos que su Gracia nos de la capacidad de amar para, como ellos, ser uno frente al mundo. Amén.
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