Lo sabemos por activa y pasiva. Desde pequeño lo hemos oído en muchos lugares, desde el seno de nuestras familias hasta los lugares más recónditos y violentos. La violencia genera venganza, y la venganza enciende y prende las confrontaciones y guerras, es decir, más violencia. Y ello trae la muerte y abole la paz. El camino es inevitable y sin retorno. Una respuesta violenta da como resultado más violencia.
Sin embargo, la vida nos va enseñando que no hay reacción. El hombre sigue siendo violento y generando violencia. Los pueblos se enfrentan en guerras y mueren muchas personas. Los pueblos se destruyen violentamente y, a pesar del diálogo y buenas intenciones, la violencia es la que reina y la que manda. ¿Qué nos ocurre? ¿No aprendemos?
Posiblemente, el error nace de querer arreglar esa lucha violenta y crónica desde nuestro yo personal. Quizás, el hombre haya pensado que se basta el sólo para dar solución a sus problemas, pero, pasa el tiempo y no aprende. No se da cuenta que en lugar de arreglarlo, lo empeora. El hombre y la mujer han sido creados para amar, pero sólo lo podrán hacer desde la presencia de Dios. Ausente nuestro Padre Dios de sus vidas estarán perdidos.
Conviene, pues, volver la mirada a nuestro Señor y ponernos en Manos del Espíritu Santo para, abiertos a su acción, dejarnos guiar por Él. Ese es el camino, amar como nuestro Padre Dios nos ama. Amar de forma incondicional tanto a los que corresponde a nuestro amor como a los que no corresponden. Tanto a los amigos como a los enemigos. Para los amigos quizás no necesitamos tanto, pero, para los enemigos necesitamos la Gracia del Espíritu de Dios para poder vencer nuestra razón y suavizar nuestro corazón y parecernos al nuestro Padre Dios en el amor.
Danos, Señor, un corazón suave, humilde, generoso, comprensivo y paciente. Danos, Señor, paz, sabiduría y fortaleza para soportar las adversidades venidas de los enemigos y sostenernos siempre en el amor como Tú nos propone. Amén.
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