Ayer le pedía al Señor que me diera la Gracia de
ser de los bienaventurados. Eso significaba que tendría que esforzarme
en vivir las bienaventuranzas y que necesito su Gracia para poder
vivirlas. Porque, para darme, compartir, ser desprendido y renunciar a todo lo
que mi humanidad desea, necesito la Gracia del Espíritu Santo y que derrame
esos dones que me den la fortaleza y la voluntad para superar todas mis
apetencias carnales que me impiden ser bienaventurado como Jesús señala.
Pero, no sólo debo darme sino ser luz y sal. Luz para
alumbrar el camino a otros que están en la oscuridad, y sal para darle gusto a
la vida de la Gracia para gozar compartiendo y dándote a los demás.
Experimento, Señor, que eso me ha atraído toda mi vida. Y, ahora, consciente de
ello te doy las gracias por perseverar al menos en esa actitud. Pero, también
soy consciente que he fallado mucho y te he defraudado muchas veces. Y eso me
hace descubrir tu Infinita Misericordia, porque, de merecer nada merezco. Todo
lo que me das es gratis y pura Gracia.
Ahora, Señor, quiero pedirte que sea, aunque sea una
pequeña llamita, algo de luz para los que se mueven en mi entorno. Un poco de
orientación y claridad para los que en mi familia viven en la oscuridad. Un
poco de lumbre que calienten, muevan e impulsen sus corazones hacia Ti. Y,
también, que mis palabras y obras contengan un poco de sal para que contagie
humildemente y les mueva a encontrarte o, al menos, buscarte.
Sé, Señor, que soy muy poca cosa y que, más que dar
ejemplo puede ser que consiga lo otro, dar mal ejemplo. Pero, creo en Ti y en
tu Misericordia y espero que transformes mi corazón. Yo, Tú lo sabes, quiero y
lo intento. Es posible, no lo niego, que no ponga todo lo que puedo, pero en
eso, Señor, te pido que me ayudes porque a veces descubro mi pobre capacidad
para superar mis debilidades. En Ti confío, Señor.
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