La clave de la oración no son las palabras que podamos decir, ni lo hermosa y armónica que sea su expresión gramatical o sonidos fonéticos. La clave que le da valor es si lo pronunciado es llevado a la vida. Eso es lo verdaderamente importante y lo que va a contagiar y a enamorar. Porque, esa es la oración que nos enseña Jesús. Una oración que se hace vida, que se conmueve y que baja a la vida para hacer el bien y salvar al hombre.
Porque, si nuestra oración no cumple ese requisito es una oración baldía. Por eso, Señor, conscientes de que nuestras oraciones son imperfectas, pobres y llenas de defectos que no se traducen en buenas obras ni hacen el bien y son egoístas, te pedimos que nos transformes el corazón y que nos des la voluntad de que nuestra palabra se haga vida buscando siempre el bien de los demás.
Pero, quizás, Señor, nos estamos acostumbrando a pedirte y quedarnos en eso, tranquilos con la petición, creyéndonos que con ser consciente y pedirlo todo está hecho. Y sabemos que no es así. Danos, Señor, la fortaleza de movernos, de fundar nuestros pies sobre la tierra y de concretar nuestras oraciones en acciones que respalden y corroboren nuestras peticiones y palabras. Y no permitas que nos desesperemos ni abandonemos nuestro empeño a pesar de nuestras caídas y fracasos.
Posiblemente, caeremos una y mil veces, porque somos débiles y esclavos del pecado. Ten compasión. Señor, y enséñanos a orar haciendo vida nuestra palabra. Sabemos que, por nosotros no podremos lograrlo, pero con tu Gracia y por tu Infinita Misericordia, si creemos que se puede realizar el milagro de sentirnos fuertes y con voluntad para que tu Palabra en nosotros sea, no sólo pronunciada, sino también vivida. Amén.
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