El mundo no responde a nuestro interrogantes. Es verdad que el dinero y el poder, que normalmente vienen juntos, solucionan muchas situaciones y resuelven muchas dificultades, pero no no satisfacen plenamente, pues la vida no la devuelven ni tampoco la eternidad. Y cuándo nos amenaza la enfermedad, la vejez o la muerte nos quedamos impotente y el dinero no nos soluciona nada.
Es el caso de ese magistrado que con su hija grave busca a Jesús y en Él deposita toda su confianza. Es también el caso de aquella mujer que padecía flujos de sangre y cree que tocando la orla de su manto, porque no tenía otra solución por su condición de ser mujer y extranjera, se curará de su enfermedad. Y, ésta es nuestra pregunta, ¿lo crees tú también? ¿Lo creo yo también?
A eso nos puede ayudar sin dudarlo y con toda confianza el Espíritu Santo, pues ha venido para eso, para alumbrarnos, para asistirnos, para iluminarnos e irnos aclarando todas nuestras dudas y fortaleciendo nuestra débil fe. Pero, no basta con decírselo una sola vez y esperar con los brazos cruzados. Observemos que aquel magistrado judío fue en busca de Jesús, y eso le llevaría dificultades y tiempo. Y la mujer enferma se atrevió a, el medio de la gente, a tocar la orla del manto de Jesús. Tengamos en cuenta la situación de la mujer de aquella época. Y, además, su condición de extranjera.
¿Buscamos nosotros a Jesús? ¿Le pedimos que nos de el don de la fe y que nos la aumente cada día? ¿Nos molestamos en ello? ¿Le buscamos entre los hermanos, con los hermanos y en la Iglesia? Pongámonos en camino, tal y como nos decía ayer el Señor. Tratemos de caminar y, a pesar de las dificultades, nunca dejar de pedirle que nos dé esa fe de aquel magistrado judío o aquella mujer enferma. Él también nos escuchará y nos dará el remedio y la solución que mejor nos conviene. Amén.
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