La realidad es que estamos vivos por la Misericordia de Dios. La necedad del hombre es tan grande que, volviendo la vista para otro lado, disipa la presencia de Dios y se muestra indiferente a ella. Su necedad llega a tal extremo que se revela contra quien lo ha creado y lo sostiene en su Mano. Supongo que el día que se dé cuenta su sufrimiento sera interminable y su desesperación no tendrá descanso.
Porque, tan bobamente perder el gran Tesoro de su vida, que, encima no para de buscarlo, cuando lo tiene dentro de sí mismo, es el disparate y la ocasión más desaprovechada de todas que la existencia nos puede presentar. La vida es un don de Dios y todo lo que nos sucede a lo largo de esa vida regalada viene a ayudarnos a descubrir la presencia de su Autor. Porque, de otra forma lo marginaríamos y olvidaríamos plenamente. Necesitamos experimentar la necesidad de ser curados y perdonados para descubrir su presencia.
Y el Señor Jesús aprovecha esos momentos que nuestras necesidades nos presenta. Así, a ese paralitico le perdona sus pecados, y ante la incredulidad de los presentes, le da también la curación de su parálisis. Sería bueno darnos cuentas de nuestras necesidades y pedirle al Señor que nos ayude a descubrirlas y a ponerlas en sus Manos para que nos las sane. Nuestras necesidades espirituales y físicas también, pero, sobre todo, las espirituales, porque esas son las que pueden matar nuestra alma y esa es el gran Tesoro que Dios, nuestro Padre nos ha dado, para conservarlo y llevarlo limpio ante su presencia.
Pidamos al Señor que nos dé la sabiduría de saber discernir sobre nuestra parálisis, que nos impiden permanecer a su lado y, descubiertas, ponerlas en sus Manos para que por su Infinita Misericordia quedemos limpios y sanados para continuar nuestro camino hacia la Casa del Padre. Amén.
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