Gracias Padre por tu compasión y, sobre todo, por tu Misericordia. Gracias por acogerme con los brazos abiertos después de tanta indiferencia y oidos sordos. No merezco nada y menos cuando no te he escuchado y creido que mis planes eran mejores que los Tuyos. Sólo puedo pedirte perdón y arrepentirme de mi atrevimiento, mi osadía y suficiencia.
Pero, vuelvo a darte gracias, Padre, por darme esa fortaleza y voluntad para saber y poder reconocer mis pecados y, sobre todo, tener la fortaleza para levantarme y, humildemente, regresar a Casa. No es fácil reconocer mi culpa y abajar mi orgullo para, humildemente, regresar a Casa. Y, para encontrar a un Padre con los brazos abiertos, esperándome y dispuesto a perdonarme misericordiosamente y restituir mi dignidad perdida por mis propios pecados.
Todavía no encuentro palabras para expresar ese agradecimiento por tanta misericordia, ni tampoco llego a comprenderla. Todo me ha sido dado gratuitamente y nada merezco y, por la Infinita Misericordia de mi Padre, encuentro pan, techo y amor. Gracias Padre, pero, también te pido por mi hermano, que no se alegra de mi vuelta.
Me identifico con él, porque, también yo tomo esa actitud ante otros hermanos en la fe que, apartados de ti, Señor, se han alejado de tu Casa y no han regresado o cuando regresan yo trato de cerrarles las puertas o echarles en cara su tardío regreso y sus pecados. ¿Acaso soy yo mejor que ellos? Perdóname, Señor, mi osadía y mi suficiencia, y te pido, Señor, que nos des esa paciencia y corazón compasivo para acoger a todos nuestros hermanos en la fe que, movidos por el Espíritu Santo, inician su regreso a la Casa del Padre. Amén.
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