A veces pienso lo afortunados que somos los que hemos nacidos con la Iglesia ya en marcha. Muchas veces me pregunto que seríamos sin la Iglesia guiada por el Espíritu Santo. Porque, pensemos, los primeros años de la Iglesia fueron muy difíciles. Gracias a esos apóstoles que perseveraron en la fe y, a pesar de todos los obstáculos y dificultades, que fueron muchas hasta dar sus vidas, la Iglesia está presente hoy entre nosotros. Y, luego, a todos los cristianos, padres santos que siguieron sus enseñanzas hasta transmitírnosla a nosotros. ¡Cuánto le debemos!
Pero, sobre todo, al Espíritu Santo, que los ha guiado y fortalecido hasta hoy. Hasta este momento exactamente. Sería imposible que sin el auxilio del Espíritu Santo la Iglesia estuviese hoy presente. Son dos mil veinte años que la Iglesia se mantiene firme continuando la obra de salvación en el mundo. Y nosotros somos unos privilegiados entre otros muchos. Y lo somos porque, por la Gracia de Dios y la acción del Espíritu Santo en nosotros creemos en el Señor.
Sí, sabemos que Jesús es el Hijo de Dios y que, enviado por el Padre, ha venido a hacer su Voluntad, que no es otra que la de entregar su Vida en la Cruz para salvación de todos los hombres que crean en Él. Porque, creer en Jesús es creer en el Padre. Y en eso, la Iglesia, nuestra Iglesia, a la que también todos los creyentes pertenecen, tiene enorme mérito.
Una Iglesia santa y pecadora. Santa como muy bien se reflejaba en las lecturas de la Eucaristía de ayer, y que el Santo Padre nos mostraba en su homilía de Santa Marta. Una Iglesia inocente, como aquella mujer, Susana de la primera lectura, a la que se le hizo justicia por la acción de Dios, y otra mujer, en el Evangelio, que reconoce su culpabilidad y obtiene el perdón por la Misericordia de Dios. Justicia y perdón que se hacen compatibles en la Infinita Misericordia de Dios.
Y damos gracias a Dios que por su Infinita Misericordia alcanzamos el perdón de nuestros pecados. Pecados que, primero, para ser perdonados, tenemos que reconocer y mostrar arrepentimiento sincero, porque de no ser así no serán perdonados.
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