La semilla nace y se desarrolla en buena tierra y, por supuesto, con buen abono. Igual que la semilla, mi vida necesita abonarse y regarse con buena agua para que, la semilla sembrada en mi corazón dé los frutos apetecidos. Porque, el abono que ofrece y da el mundo no es el adecuado y no vigoriza la semilla sembrada que trasciende y se funda en la escucha atenta y dócil de la Palabra de Dios.
La semilla, sembrada y cultivada según el mundo, se seca y se muere. Necesita otra clase de agua que abra el corazón y salte a la vida eterna. Y esa agua, Señor, solo la das Tú. Por eso, Dios mío, vengo hoy a pedirte esa agua de tu Gracia y esa perseverancia de la oración para mantenerme unido a Ti y poder dar frutos. Frutos de verdadero amor incondicional y gratuito.
Damos, también, Señor la sabiduría de no creernos mejores que otros y que los acontecimientos que suceden a unos u otros obedecen a su comportamiento o castigo. Así de claro lo dice el Señor: « ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre... - Lc 13,1-9 -.
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