No es fácil despojarse de todo aquello que alimenta tu vanidad y enciende tu soberbia. Aspirar a ser el mejor despierta la sed competitiva que almacena el corazón del hombre. Todos, de forma espontánea o inconsciente llevamos delirios de grandeza dentro de nuestro corazones. Y el peligro se hace presente cuando somos conscientes y aceptamos esas aspiraciones con las que nuestros corazones son tentados.
Esas aspiraciones nos mueven a vivir movidos por ese motor - delirios de grandezas - que nos llevan a considerar a los otros inferiores. Esa es la gran equivocación y la gran herida de nuestro corazón, querer ser grande e importante por la fuerza del poder, de la imposición y las riquezas. Porque, la grandeza de un hombre no está en su poder y riqueza, sino en su humildad y pequeñez.
Y eso todos lo experimentamos cuando sentimos compasión por estar al lado de los más pequeños e indefensos. Hay una empatía natural por el más indefenso y que no puede hacer nada para defenderse. Es un sentimiento natural que anida en nuestro corazón y que brota de manera espontánea en esos momentos de dolor por el sufrimiento del pequeño e indefenso.
Por tanto, esos son los preferidos de Dios. Pidamos, pues, la Gracia de abajarnos y sentirnos pequeños, humildes y servidores de los demás. Amén.
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