Sucede que la gente ante la evidencia y la verdad no reaccionan. Y digo esto porque imagino que si fuéramos capaces de presenciar uno de esos milagros por mediación de alguien que está en presencia del Espíritu de Dios, nos impresionaría, es posible, pero nuestra vida seguiría igual y no tendría ningún cambio de dirección. Es más, seguiríamos dando mayor importancia y prioridad a nuestras leyes que a la intervención de Dios por mediación de esa persona.
Es lo que sucedió con Jesús, el Hijo de Dios, que actuó y realizó un gran prodigio - curación de aquella mujer encorvada durante dieciocho años - y aquel jefe de la sinagoga siguió erre que erre con la ley del sábado que impedía trabajar. ¿Puede ocurrirnos eso también a nosotros? Supongo que sí, y de eso no nos libramos nadie, desde el Papa hasta el último cristiano. Tenemos que estar muy atentos a estos acontecimientos, pero, no por el hecho de hacer presente el poder y amor de nuestro Padre Dios, sino porque lo que prima es el amor de Dios manifestado y realizado en los hombres.
Porque, a Dios no lo vemos ni le podemos beneficiar con nada. Pero, sí, a Dios le decimos que le queremos, que estamos con Él y que cumplimos sus mandatos y Voluntad cuando amamos a los hombres, incluso nuestros enemigos, que tenemos con nosotros. Y, sobre todo, cuando sabemos que las leyes están al servicio del hombre y para bien y beneficio del hombre. Nunca para someterlos y esclavizarlos.
Pidamos que tengamos siempre esa idea presente en nuestro corazón. La ley para servir al bien del hombre, porque, si amamos a Dios amando a los hombres, servimos a Dios cuando servimos a los hombres y nunca cuando servimos a la ley. Amén.
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