Cuesta quedarse el último, sobre todo a la hora de recibir, de presidir, de elegir y de muchas cosas más. Queremos siempre sobresalir y estar en los primeros puestos y, eso de humillarse, quedarse el último y ser siempre el servidor de los demás no lo entendemos desde nuestra razón y condición humana.
Nos exalta ser destacado y notorio, admirado e importante ante los demás. No nos importa saber si nos lo merecemos o no, lo que nos importa es figurar, estar y que nos admiren. Ocupar, por tanto, los primeros puestos es algo que nos gusta mucho. Sin embargo, Jesús, que observa esa inclinación nuestra, destaca y exalta a aquellos que ocupan los últimos puestos y les dice: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba’. Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa.
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